Las indeterminaciones visuales de Martín Olmedo


El hecho de que se abra la mente a un juego inteligente, donde se construyan mundos posibles, cortando y pegando pedazos de periódicos, revistas, fotografías,  cartones, al mismo tiempo pintando y otras veces redibujando sobre la imagen mostrada, nos revela una actividad artística que se vuelve discurso partitivo. Pues la suma de todas esas partes, nos acerca al imaginario del artista plástico Martín Olmedo (Cd. de México-1980).
En ese juego de sentidos, su exposición individual titulada: Fragmentos Imprevistos (Puebla – México, del 1 febrero al 1 marzo, 2018. Centro Cultural D´los), en un primer momento, observamos lo que llamó Deleuze “La Rostridad”. Ese enfoque creacional del rostro como un texto en sí mismo que sugiere estados de ánimo, gestualidades, vicios, placeres, planos construidos con: bocas, narices, piernas, pechos, manos, pies, hombres, mujeres,  además del trabajo de resignificar, genera una sensación de asombro y extrañamiento. En estas configuraciones no se remite a una narrativa lineal, hay muchos cruces para decidirse por un solo argumento, y precisamente esa es una de las características del collage. Queda en el espectador armar la trama a partir de que lo observa y puede explicar, pues como lo escribe el mismo artista en uno de sus obras: “Con los ojos que miras, serás mirado”.




En un segundo momento, Olmedo explora alegóricamente al mundo de la sexualidad y el erotismo, a veces en el borde de una sublime perversión. Los detalles del cuerpo adquieren una dimensión, en ocasiones, hacia una crítica social y otras parodiando el cuerpo deseante. En esa corporeidad sugiere personajes híbridos, la mayoría de ellas mujeres de una sexualidad magnetizada. Otros cuerpos aparecen bajo la concepción de libertad, redescubriendo un espacio ficcionalizado.  En estas figuras, sus personajes evocan movimientos inconclusos, sacrifica la noción del arte correcto, de la sección áurea, de la matemática exacta, de armonías y ritmos precisos, pues en su laboratorio mental y físico crea sus monstruos.





Con el uso del fragmento, hace una crítica al canon del arte. Como en el caso de La Venus en el espejo de Velázquez; se vale de la intertextualidad y sus posibles permutaciones, donde incluye personajes que están fuera del contexto pictórico. Olmedo, conceptualiza lo que Walter Benjamin llamó La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, pues hace uso de pinturas famosas del arte clásico para componer y romper con la estética, para ello, fotocopia, repite, serializa, multiplica personajes,  cuestiona la obra y genera otra lectura interviniéndola, donde parece proponer una metacrítica visual de la historia del arte.






En un tercer momento, se evidencia el oficio del pintor, ahora predomina el trazo fuerte, la línea gruesa, las texturas, el color color estridente, el volumen asimétrico, la luminosidad plana, el espacio cerrado, genera ciertas correspondencias con Pablo Picasso y Jean-Michel Basquiat. Haciendo uso de una deformidad corpórea presenta personajes-bichos con cabezas deformes, de pies y orejas desarticulados, de imperfecciones grotescas  metaforizando la realidad social, quizá romántica, donde una pareja parece bailar en una extraña pista, o en cuatro personajes que son hombres y mujeres viviendo la imposibilidad de comunicarse.



En su arts poético, existe una alteridad en relación al cuerpo y al fragmento, a la creación de un mundo propio donde toma significación el placer a lo extraño, la articulación ilógica, la configuración de nuevos rostros. Es un artista de formatos museográficos y con mucho cuidado en la factura final.  El idiolecto expresivo de Martín Olmedo es la de un ser crítico capaz de redimensionar otra forma de hacer historia, acercándose a la indeterminación y la polisemia, que lo ubica en la manifestación del arte posmoderno.



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