La sábana mágica


Lo apuntaban certeramente. Las señoras que estaban en la cola de la tercera edad no paraban de rezar y llorar. Tenían al vigilante tirado contra el piso con la pistola en la sien, mientras tres de los malechores llenaban las bolsas de bolívares fuertes y de los dólares que recientemente Cadivi le había asignado a los viajeros turistas. No había escapatoria en el banco.
La policía alerta, afuera del centro comercial El Recreo; las alarmas de las patrullas aturdían a los vecinos y más de un niño y un enfermo despertó por tanta barullo. El periodista del noticiero televisivo cuando fue a cubrir el suceso se dio cuenta que su esposa estaba dentro del establecimiento depositando el dinero para pagar el alquiler de su casa alquilada por El Manzano. La tensión en Barquisimeto en su máximo esplendor, sin luz, sin agua, sin buena circulación del tráfico y de paso otro robo a uno de los bancos de la ciudad.
Dentro del banco todas las personas tiradas en el piso. El aire condicionado lo habían puesto a todo dar para que se entumecieran los nervios de los que allí estaban. Un par de señores no respiraban sino bufaban de tanta impotencia, al ver como el país se iba desintegrando en la violencia y en esos choros que podían ser sus hijos.
El gerente ¿qué iba hacer? estaba más nerviosos que cualquier otro. Los intereses de sus patronos en juego y su puesto de trabajo también, porque en la última reunión con todo el personal le sugirieron que reforzara la seguridad y el Gerente no les hizo caso por pensar en ahorrar un mes más de salario para el mantenimiento del banco.
Entre los que estaban en el piso, se encontraba una muchacha muy morena, a quien en la calle nadie dejaba de piropearla. Uno de los ladrones apuntándola le dijo que se desnudara y se acostara en una sábana blanca que él le pasó (era un regalo que le había comprado a su madrina para las navidades, pero prefirió  destaparlo para ella y así entretener su morbo mientras los compañeros llegaban con el botín).  La morena fue quitándose la ropa hasta que quedó su piel de chocolate expandida sobre la sábana banca, era como el cuadro de Paul Gauguin  titulado Manao tupapau.



La morena quedó tranquila sin pena ni gloria. De pronto, de la sábana donde reposaba su divino cuerpo se abrió una puerta a otro universo, una realidad paralela que no tenía que ver con lo que estaba pasando, dentro era una proyección de imágenes fantasmagóricas; de aves que no tenían pico, sólo alas y pies como si fueran humanas; pasaba una señora repartiendo cabezas de gatos para freír; algunos hombres en el restaurante tomaban a las rocas agua podrida de flores del cementerio; unos niños jugaban futbol con la cabeza de Obama; y las iglesias estaban llenas de muertos momificados recibiendo la misa.
El ladrón que la mandó acostar sobre la sábana no sabía exactamente qué clase de hechizo pasaba. La gente secuestrada entraba en otra confusión. Los ladrones que ya venían saliendo de la bóveda al darse cuenta de la mágica proyección se dejaron llevar hasta donde estaba ella y lanzaron la bolsa repleta de dinero por esa rendija al más allá; ellos también se tiraron y el resto de los ladrones, como hipnotizados iban arrojándose uno por uno.
El último de ellos no le quedaba más remedio sino tirarse por el abismo que se reflejaba en la sábana, estaba perdido y los policías cada vez ganaban más terreno para entrar al banco. Se disparó un tiro al aire, que se incrustó en el techo. Causó pánico. Caminó hasta donde estaba ella, le dio besos en las costillas derechas mientras sus manos recorrieron de la cabeza a los pies y, sin pensarlo se abalanzó sobre la sábana.
Cuando todos los secuestrados quedaron sin los malandros, una extraña voluntad energética se propagó en el ambiente hasta llegar a los presentes: los hombres, las mujeres, las secretarias, el gerente, los cajeros, el vigilante y a todos los objetos que estaban allí, también fueron absorbido por la sábana mágica.
Sólo quedó la bella morena, que salió del banco con la sábana blanca puesta, como si se tratara de un traje de novia. 

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