Sólo vinieron a olerla




Eran las 15 y 37. Como 300 lobos andaban cazando a una presa, pero no era un cordero, ni un burro salvaje, su figura era una adolescente de 14 años. Los pasos de los lobos iban directos y precisos a su corta inmensidad. Toda la manada caminaba desde la calle 40 directo por la Av.20. La gente que estaba en los locales comerciales no entendía de dónde venían, si sus tierras originarias eran al otro lado del mundo. 

No sabíamos qué clase de hechizo nos habrían mandado para Barquisimeto, pero todos vimos como andaban detrás de las piernas, las nalgas, los muslos, brazos y demás partes del cuerpo de esta casi quinceañera. Daba cosa verla corretear sin dirección, y más impotencia cuando nadie se arriesgaba a protegerla porque todo el mundo temía quedar despedazado por tan potentes mandíbulas, o por terminar desangrando en el Hospital Antonio María Pineda, a falta de insumos. Las imágenes eran rápidas. Este relato es apenas una forma de decir lo que pude ver, quizá exista un reporte policial donde podrán ser más exactos, pero a falta de policías en la avenida, esto seguramente es lo que quede como un registro. Llegué a escuchar a tientas unos vigilantes de un par de centros comerciales, refiriéndose que parecía que los lobos salieron del error de un experimento biológico de los laboratorios de veterinaria de la UCLA. 

Cuando acababa de pasar la manada por la calle 33, observé a unas señoras gritar. —Parece que han surgido de algún lugar secreto y maldito al mismo tiempo—, dijeron unas voces cubiertas de lágrimas y otras a punto de salírseles. Curiosa nota pensé, y con sumo cuidado iba siguiéndolos de esquina a esquina divisando la materia cuadrúpeda y peluda, en medio de un sol que se iba relajando con las nubes. 

Creí que era el gran momento para la gran fotografía de la vida, busqué rápidamente la cámara en el bolso y se me había quedado encima de la mesa de la casa. Entonces pensé que lo de la cámara se lo podría dejar a un reportero gráfico de algún periódico, o quizá un aficionado que filme unos minutos y los suba a youtube. No podía desconcentrarme de la trama de la historia, era una historia como si estuviera en un reality show. La única diferencia era que faltaba el moderador indicándoles a los lobos donde iban a morder a la presa.

Pude mirar en ella sus ojos de terror cuando se le iban acercando. Gritaba desesperada y la gente no hacía absolutamente nada, al igual que yo estábamos fríos ante tantos animales. De pronto, hubo una secuencia en la que 40 lobos saltaban entre sí y le ladraban fuerte a su cara, arrinconándola en una esquina cerca de la zapatería Minerva.

Los lobos iban y venía olfateando lo que encontraban en su paso. Eran como 300 o más de 300, no se podía sacar con precisión la cuenta. La presa pálida, atragantada de miedo, cruzando la frontera al pánico y ni un silbido de perros que les diera la orden de ¡atención!. ¿Qué sentía ella mientras la olfateaban? ¿Por qué era la elegida ante tanto espectador de la escena? ¿Y si realmente las cámaras estaban ocultas? , ¿qué piensas de las formas en cómo se iban descomponiendo las imágenes de una tarde de lobos sueltos por la Avenida 20?.

Los minutos eran eternos, y de verdad que la eternidad desesperada se escuchaba desde la voz poseída de la chiquilla. Un canción de cuna tal vez podría calmarla, pero entre todos la olían y le ladraban y ni siquiera por más que se le cantara María Teresa Chacín, con sus canciones de cuna, podría causarle un efecto de ensueño. La va a atacar decían todas las personas que estaban a su alrededor como en una rueda de pescado; la van a matar decía una señora llorando desconsolada. ¡¿Qué podemos hacer?! – gritó alguien que estaba vestida con ropa de liceo, al igual que la adolescente. 

La chiquilla ya no podía más con su nervios, ni su garganta, ni sus lágrimas, ni con su cuerpo tembloroso. Los lobos cogían más terreno, la rodeaban desesperados. Con su cara virginal, aquella cara que traducía una vida de colegio con sus compañeros y compañeras jugando juntos a la botellita; aquel rostro que se parecía a la Mona Lisa cuando era adolescente, marcaba la huella de que era especial, muy espacial, sólo que ahora los cuadrúpedos no la dejaban moverse. 

Por un instante se dio cuenta que no pudo más con todos los lobos, y se fue agachando en movimientos que marcaban una imagen destruida; le saltaban por encima. Eran más de 300 y todo era una proyección oscura. Negro sobre negro. Gris sobre gris. Baba sobre baba. Aullaban, labraban, se restregaban en el piso y sobre su cuerpo. 

De pronto, comenzó a lloviznar y de la nada emergió una estrepitosa brisa, cuando apareció un sonido estruendoso y una gran luz fucsia en el espacio, estalló un transformador de luz eléctrica que estaba pegado en el poste de la esquina.

Con el estrepitoso sonido los lobos empezaron a caminar desesperados cada uno por donde podía. No tenían un rumbo preciso ni nadie que los guiará, iban escabulléndose, tumbando a las personas, los pipotes de basura, se metían a los locales comerciales, la manada atormentada, la gente gritaba. 

Algunos lobos más devotos a su presa no querían desprenderse de la chiquilla que todavía seguía tirada en el piso frente a la zapatería. La olían; mil veces la olían y seguía acostada en el piso, sin un rasguño, sin una pizca de haberle roto la ropa, intacta, completa, limpia.

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