Empanada de sirena
Era el mediodía de un día martes de júbilo nacional, cuando Rogelio estaba en la playa y tenía hambre. Andaba con poco dinero y pensaba quedarse hasta el jueves en la mañana porque el viernes, a primeras horas del día, tenía que resolver asuntos burocráticos en su trabajo. Pasado un rato de indecisión, decidió caminar por la orilla de la playa; agarró su billetera, cerró la carpa y la dejó allí, abandonada. Caminaba y contemplaba el horizonte acuático. Ensimismado, sin importarle mucho lo que le pudiera suceder, estaba tranquilo y todo normal: el sol reluciente, el bronceado blancuzco, las palmas con sus cocos guindando y el hambre que se hacía más presente. De repente, entre la distracción del largo caminar, llegó a un caserío donde algunas familias en la playa, entre la música disparada de los reproductores, la algarabía de los niños, los gritos esporádicos de las madres, los besos escondidos de los adolescentes, las cajas de cervezas de los viejos, cocinaban a la l...